1

1

Al nacer penetró en su cuerpo.

Le gustaba trepar los eucaliptos,
para que mi madre le atisbe desde la ventana.

Paloma de alas cortas. ¡Oh alegría, girabas loca!

Usaba sombrero y la camisa remangada,
en su voz tenía aleteos murmurados
por el agua que se pronuncia
gota
a
gota
sobre mi corazón de arena.

El país era un árbol creciendo a ritmo de viento atado.

Consolado con su nombre
decidió soportar la lluvia en sus hombros.

Paseaba por los parques en camisa y sin paraguas.

Las campanas informaron a las enredaderas:
se han casado.

Los ríos en su cauce escribían la melancolía del maíz.

Arreglaba relojes mientras mamá tejía mis botas rojas
botas
rojas
para el niño que fui.

Ellos, pájaros besándose en el aire.

Mi madre recogió el geranio
que él dejó como barco extraviado en el mar.

Ellos de brazo entraron en el circo de la vida
uniéndose y llamándome con el grito de su carne,
y vine únicamente a
romper floreros y ceniceros.

Hoy les extraño
a unos metros de mí mismo
y escucho la soledad que se arrastra como caimán rumbo al oeste.

2

Mi madre, danza en mi memoria,
débil
rama meditando antes de caer al fondo de mi recuerdo,
es más que una fotografía dibujada por las gotas.

Una hoja adquiriendo cuerpo
necesariamente la luz, golondrina sostenida en mis manos.

Me peinaba y en mi pecho de tambor
golpeaba con uno de sus huesos que ahora llevo.

Por las tardes
(en silencio)
nuestra ventana conversaba con su cortina. Se abrazaban.
En tanto esperaba
los pasos de papá, golpes aún agitándome.

¿Mamá, ha pasado otra vez?

El amor no se conforma con dos náufragos.

En tardes de sol, antes de los nueve meses,
nuestros pollitos
conversaban con los conejos y mi madre reía. Yo adentro giraba.

Me soñaba mordiendo su almohada.
yo granulaba su respiración sin que sospechen las cuculas
(en la expansión y crecimiento en ballet de vegetales marinos)
era un conejo más, metido en su vientre, devorando sus zanahorias,
entre horas veloces
como agujas encendidas
de tanto estar de pie,
graficando tatuajes en mis alas de pájaro renunciando a volar,

Sigo frente a mi cuna, pensando, acomodando mis apellidos
y mi almohada. Supongamos de no haber nacido ¿dónde estaría?

Ella fue un instrumento para que me trajeran a caminar
en este cable eléctrico
de un poste
a otro.


3

Los años son trenes que parten y no llegan ni cesan de viajar.

(Suben por mis venas y mi cáscara).

El amor en su descenso desde mástiles
balancea
como un río a una canoa,
el perfil de mi padre, doliéndome como si me arrancaran los ojos.

Alegría
dócil
semilla que manos de mis padres dejaron en centro de la esperanza,
no me viste crecer
como plantita trémula, no prevista. Por eso me extraña mi sombra.

La patria, bien lo sé -decía atizando sus cabellos-
es un himno de quenas
interpretando a la tierra sin semilla y sin agua.

Ya no voy a su rodilla, mi antigua torre, mi faro,
mi telescopio
de donde oteaba el piso rojo cereza de mi casa
poblado por juguetes imaginados y el tubo de lámpara que derribé.

He regresado sobre mi platero que se alimenta
de caramelos
finas raíces o cuerdas de arpas, he regresado a mi casa desolada.

El hombre que en una noche tuvo paciencia
y cortante soledad para crearme, es licor, humo lento
que me embriaga y me hace conversar con el mar al anochecer.

Un padre, es un parque amplio,
al cual hijos todos
dada la tarde triste, inmensamente triste como la lluvia,
cuando sus corazones se pierden desesperados como deltas,
y guitarras dentro de sí mismos,
tornan a sentarse en una banca,
en su
tierno
pecho
tratando de encontrar algunas palabras de sus madres.


4

Los días transcurren en su vía que se pierde en espiral.

Dialogan como las nubes en lo alto.

Sus ojos se inclinaban al paso de las estaciones
a la fuente
de donde mis manos cogieron matinales peces.

Yo era su orgullo. No se cansó de hacerme pantalones,
me enseñaba a las visitas, orgullosa,
me daba el arroz, el agua y señoritas ciruelas en la boca.

Le gustaba ver mi rostro
en la brisa nítida
deshaciendo el nudo de su garganta, sus ojos pardos.

Por ella (mi madre)
el día venía inocente con olor de frutas.

Me paseaba por el malecón
mientras patos silvestres continuaban el corso,
entre palabras de la sombra
y la mano tenue del día que salía de la arena húmeda de las playas.

Era su corazón
abierto canto
detenido por los pájaros que renuncian a volar
para caminar estremeciéndose conmigo,
porque la patria cae
hoja
a
flor
y mi vida se agita
en las ramas que terminan llenas de luceros.

Entre las rejas de esta soledad, en esta noche,
llena de coleópteros y murciélagos,
sufro terriblemente en un rincón mío. Me arrugo desde mi tobillo.

María venid a verme. Estoy en los templos sumergidos
dialogando con los costados sangrantes de Jesús. He ahí al hombre.

Siento estar crucificado
lejos
de mi cuerpo
y de mis átomos.


5

Mis tías gustaban de las uvas heladas.

Atravesaban la extensión de la tarde conversando con los loros
cortando alas a las gallinas, lavando platos,
censurando al silencio
con sonrisas arrancadas (así fueran raíces)
del suelo
como algo que nos falta muy adentro.

Interrumpían el tiempo de mamá
el latido
de alguna flor que pregunta por su color a la lluvia sorda.

A mamá le gustaba jugar carnaval con los canarios
aquellos hermanos
que regresan en las oraciones más tiernas de los ríos.

Ahí los sentía.

Ellas nos visitaban con su tristeza
ese inmenso mamut inclinándose.

Nunca olvidaron el espejo en su cartera,
pensaron que la vida
es una fotografía al lado del monumento de la Plaza de Armas,
eran amables, mis tías eran amables corolas inclinadas a la alegría.

Se lanzaban limones o serpentinas
cuando las rosas dirigían el vuelo de mis ojos,
y
la
distancia
se desenvolvía diciéndome frases gastadas.

Se iban cuando yo lloraba por el biberón,
aún recuerdo, eran buenas como las palabras de los niños.

Me cuidaban de mis lágrimas que ahora se me agotan,
cuando
ya no estoy en mi mesa, enfurecido cuchara en mano,
botando arroz con pato, la jarra con limonada.

Hoy comparto con los animales y hemos acordado
guardar alegrías y verduras en el centro del verano
que va arrastrando el arado
sorprendiendo al crepúsculo hecho tiras.


6

Estoy crucificado en un árbol, entre la sombra,
o soy tal vez,
el madero que las aguas conducen alegremente a una catarata.

En tanto masco este chicle y me busco
en mis pasajes
mis mañanas amarradas a mis dedos como nombres de amigos.

Sostengo
mi corazón
mientras su idioma son mis lágrimas.

Agito mis hombros.

Nuevamente la infancia viene en momentos dulces.

De pequeño solía escribir con un palito de chupete
toda mi ansia,
mi total angustia que me abrazaba con su espuma,
en las amplias playas del recuerdo en vaivén en mis venas,
en
mi alma blanca y, con dedos bajo mi piel
que no me pertenece, aún me buscan.

Era yo quien recorría la altitud
de mi montaña que construí en e1 jardín de mi casa, bondad de madre.

Nadie sabe que debajo de mi almohada
guardé una arveja –conversé con ella-
me dijo que como tal fue la tierra y se infló
porque perdió en el infinito azul sus embriones.

Abrí la jaula dando libertad a los pájaros que renunciaron a volar,
aunque me castigaron por dar mi queso a los ratones,
vengo preguntando quién es culpable que yo esté aquí.


7

Mi padre ha muerto.

Es decir,
desde el cielo
ha caído una piedra hasta rajarme el pecho.

Y ahí
en mi pecho, camino verde, verde camino,
mi madre
y
mi padre
se han abrazado fuertemente, como la primera vez.

Los he visto
al salirme por uno de mis poros.

Mi padre
presente en mi risa, mi llanto,
es un árbol que crece desde el fondo de sus hijos.

Por él, los pájaros que renunciaron a volar,
han vuelto a cantar
fuera de 1a jaula.

Y mi familia
que es
un hilo de sangre
lo he sacado desde mis espejos no conocidos
para que en éste
se posen los pájaros que renunciaron a volar,
y vuelvan
a trinar, como lo hicieron,
en música de fondo
para que mis padres se abracen fuertemente, fuertemente.

Mis padres eran árboles que confiaron sus secretos a los ríos,
por ejemplo, no llegar con sus manos al cielo
y arrancar las estrellas para que jueguen conmigo.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

Bethoven Medina Sánchez nació en Trujillo y se graduó como ingeniero agrónomo en la Universidad Nacional de Cajamarca. Ha obtenido importantes premios nacionales e internacionales, entre otros: “II Premios Juegos Florales Universitarios del Perú” (1979), “II Premio Juegos Florales Javier Heraud” (1980), Primera Mención Honrosa Especial V Concurso "El Poeta Joven del Perú" (1980) , Premio Internacional de Poesía "Mairena" (Puerto Rico, 1985), Premio Juegos Florales Nacionales Ciudad de Guadalupe (1999), II Premio Bienal de Poesía Infantil ICPNA (2007) y Premio Internacional de Poesía Ciudad de Aguas Verdes (2009).

Ha publicado los poemarios Necesario silencio para que las hojas conversen (1ra. Edic. "Cuadernos Trimestrales de Poesía", 1980; 2da. Edic. Revista Hispanoamericana "Norte", México, 1982; 3ra. Edic. Runakay, 2002), Quebradas las alas (Edic. "Cuadernos del Hipocampo", 1983), Volumen de vida (Edic. Colección Homenaje Centenario César Vallejo, 1992), Expediente para nuevo juicio (Arteidea Editores, 1998) e Y Antes Niegue sus Luces el Sol (Arteidea Editores, 2003), Antología Esencial (2005), Cerrito del Amanecer (2007) y El arriero y la montaña bajo el alba (Ediciones Universidad Nacional de Cajamarca, 2008).

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